Campos interferentes
La terapia neural es un procedimiento médico que funciona para desobstruir diversos campos interferentes que se forman en el organismo. Trabaja en el sistema nervioso, mecanismo encargado de regular ciertas funciones esenciales como la vista, el olfato, el gusto, el tacto, el oído y otras más, como los sentimientos, las posturas, la digestión, la respiración, el hambre, entre otras.
¿Pero cómo se originan esos campos interferentes? Todo organismo sano presenta funciones de renovación, reparación y conservación de sus células, tejidos y órganos. El mismo organismo mantiene una función reguladora de la percepción del dolor. Estable un umbral, que cuando presenta estímulos que sobrepasan ese límite, se traducen en dolores crónicos o persistentes. Los campos interferentes pueden desarrollarse desde que se presentó el trastorno en el organismo, pero se muestran a futuro. Un ejemplo de ello puede ser:
- Desde un proceso inflamatorio o infeccioso, como anginas, difteria, sinusitis, meningitis, hepatitis, úlceras, abscesos, problemas intestinales, venéreos, etc.
- Cirugías, representadas en cicatrices, fracturas, etc.
- Traumatismos comunes, como una caída, un fuerte golpe o una pelea física.
- Problema odontológicos, como una mala extracción dental, una mala intervención en el nervio, infecciones óseas residuales, etc.
- Daños psicológicos o emocionales, como estrés, violencia psicológica, pérdida de un familiar, abuso sexual, etc.
- Presencia de un cuerpo ajeno al organismo, como un vidrio, un metal, talco, etc.
Cuando esos campos interferentes se eliminan, las funciones corporales recobran su normalidad y el proceso de auto curación comienza en el organismo. ¿Pero mediante qué procedimiento se realiza la curación? La terapia neural trabaja a través de infiltraciones en ciertas zonas del cuerpo. La procaína, un anestésico local, realiza el trabajo completo.
De dónde viene y qué hace la procaína
La procaína fue descubierta por el químico alemán Alfred Einhorn, a principios del siglo XX. Durante los siguientes años, este fármaco fue utilizado como un anestésico local, gracias a dos de sus virtudes: no presentaba propiedades tóxicas y era compatible tisularmente hablando. Posteriormente, el médico francés René Leriche continuó con los estudios de la procaína; descubrió que el efecto del fármaco podía atender trastornos encaminados al deterioro del sistema nervioso.
En las membranas celulares, constituidas por delgadas capas de grasa y proteína, la procaína atraviesa las membranas, aumentando el consumo celular de oxígeno y proveyendo de nutrientes a la misma célula dañada. Con esta acción, el ADN de las células comienza su autocuración, retomando su función, en lo que se traduce como la desaparición del dolor en el organismo.
Por sus propiedades farmacológicas, la procaína desarrolla una función simpaticolítica (inhibición de los efectos de estimulación del sistema nervioso simpático o de la descarga de la médula drenal), rebajando la sensación de dolor y estrés, gracias a sus efectos analgésicos, vasodilatadores, antiinflamatorios, antihistamínicos, antiadrenégicos y capilarizantes. Para quienes nunca han experimentado esta terapia, su sensación se asemeja a una borrachera o relajación, dependiendo del organismo del paciente y, por supuesto, con efectos parciales.